La cultura de cristiandad no existe más en América Latina y hoy no podemos pretender una comunidad creyente por inercia de la costumbre o de la tradición. Esta es una realidad obvia en los ámbitos de reflexión teológica pastoral; si la recordamos aquí, después de cuarenta y cinco años del Concilio Vaticano II, es porque no siempre hemos logrado que este convencimiento teórico descienda al nivel del compromiso efi caz en los diversos niveles de nuestras comunidades eclesiales. Como responsables que somos de la riqueza que Dios ha sembrado en la fe de nuestros pueblos, mediante la acción comprometida de generaciones anteriores, y asumiendo la refl exión de nuestros obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida, debemos tomar en serio que “La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe, requieren una clara y decidida
opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia…” (DA 276); sin ella no habrá manera de “dar razón de la propia fe” y menos de transmitirla a otros, de ahí la pertinencia de refl exionar sobre la formación como prioridad pastoral.

Publicado: 2010-04-01